11/4/09

EL DORO ES UN MANICERO – Breve historia de una vendetta

Hace varios años conocí a un pelotudo, lamentablemente lo supe bastante tarde.
El muchacho me parecía una persona correcta, educada, culta, atractiva, como para nombrar solo algunos adjetivos.
La cuestión es que nunca llegamos a algo en concreto; solo nos besamos en reiteradas ocasiones, o como me gusta decirle, chapábamos.

Con el paso del tiempo dejé de verlo, sin motivo alguno. Me enteré, a través de amigos y conocidos en común, que este desagradable ser humano, estaba corriendo el rumor de que habíamos estado en “situación” (entiéndase clavar), que yo era bastante puta y que hacia todo lo que él me pedía.
No me importa que los hombres cuenten o dejen de contar lo que hacen, cada uno es libre de decir lo que quiere, pero siempre y cuando sea verdad.

Ante tales absurdas mentiras, mi ira alcanzo grandes alturas.

Al poco tiempo lo encuentro en uno de los pocos pubs que hay en mi ciudad-pueblo de origen.
El, estando con sus amigos jugando al pool, me ve entrar y se acerca a saludarme.
Por supuesto que con mi mejor sonrisa de falsedad, lo saludé. Fuimos a la barra y tomamos unas cervezas.
Entre palo que va y palo que viene, nos vamos a su casa.
Empezamos a chapar, le saqué la remera y el pantalón. No está de más decir que dicha persona tenía la temperatura por las nubes…
Una vez que se sacó su última prenda, me alejé un poco, le miré su “miembro” erecto y, con una gran sonrisa en mi cara, le dije: ¡JAJAJA! ¡ESO ES UNA MINIATURA!, ¿ACASO TENÉS FRÍO?
Automáticamente, “eso” desapareció de la faz de la tierra, como si la vergüenza lo hubiese escondido… No puedo explicar la expresión del humillado; nunca había visto a una persona tan avergonzada.
Me voy de su casa y vuelvo al pub con mis amigos. El nunca regreso.

En las siguientes semanas me dediqué a contar lo sucedido, entre amigos y conocidos. En el buzón de mensajes de voz del celular grabé lo siguiente: ¡El doro es un manicero! Cabe destacar que era una persona muy popular, no había quien no lo conociera.
Por varios fines de semana, su presencia brilló de ausencia entre las noches.

Como a los 3 años vuelvo a hablar con él. Me pidió disculpas por todas las mentiras innecesarias que había derramado. Le acepté su disculpa y le dije que yo no iba a hacer lo mismo, porque no estaba arrepentida de lo que había dicho; que gracias a eso obtuve mi disculpa.

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